segunda-feira, 18 de julho de 2011

E_L___C_A_P_A_T_A_Z___( I )



                                            
 Ya habia pasado más de media tarde cuando el capataz sofrenó el rosillo al aproximarse de la portera del potrero para contener el entusiasmo del flete en el retorno a las casas. Caballo y caballero vienen asoleados por el esfuerzo y por el calor que tuvieron que enfrentar en aquel día caliente de diciembre. Mismo con el mediodia ya lejos, el sol todavía estaba fuerte. La montaría blanqueaba de espuma y de sudor junto a la trenza que cuelga de la nuca del potro y el líquido escorria por la pierna hasta encontrar el casco.

 Desmontó cerca de la casa principal y el caballo lo siguió con las riendas en el pescuezo hasta el galpón donde un peón fue ligerito para tirar los arreos de la montura que llegaba. El capataz, ya con el sombrero en la mano, saludó a todos con un "buenas tardes" colectivo y se quedó mirando las tareas que los peones estaban haciendo. Ellos aprobechaban la hora imprópia para andar en el campo, haciendo pequeños servicios mientras proseaban sobre cosas del campo. Unos revisaban las bolsas llenas con lana por los esquiladores el dia anterior, arreglando algunas que no estaban en condiciones para seren llevadas a la cooperativa al final de la esquila. Otros engrasaban los arreos o se dedicaban a reparar una rueda de carreta que se había roto hace mucho tiempo y estaba tirada en un rincón sin utilidad.

 "Todavia es temprano pa`el mate", pensó el capataz, entrando en una pieza de tamaño regular que quedaba junto al pátio de la casa del patrón. Sentado en un banco largo que servia de silla, tiró las botas con alguna dificultad y refrescó los pies cansados del calzado y del trabajo. Colocó las alpargatas y caminó para el lavatório de hierro que quedaba en la pieza que servia también de baño. Usó el agua de un balde que estaba al lado para llenar la palangana, se lavó el rostro, las manos y las axilas, usando un pequeño pedazo de jabón que estaba en una jabonetera azul colgada en la pared, cerca de la ducha de lata que era de querozen. Se secó con una toalla, todavia nueva, comprada en la "Casa Modesta", la última vez que estuvo en la ciudad.

 Después de hecha la higiene volvió para la otra pieza que servía de dormitório y se tiró en una cama de plaza y media cerca de la ventana que daba al campo. De allí, mismo acostado, podia ver, de lejos, un pedazo de la loma y una línea divisória que servía para separar el campo del patrón y el de la propiedad vecina. El matorral próximo alegraba sus ojos en las horas de ocio. Los árboles que veía eran sus conocidos. Un ombú majestuoso era el que se destacaba. También habia "capororocas", álamos, "aroeiras" y tantos otros de los cuales no sabía el nombre. La ventana del capataz era su contacto con el resto del mundo, que desconocía, pero le gustaria ver reflejado en las estrellas en sus noches solitárias.

 Poca instrucción tenía el capataz, pero le gustaba "decifrar algunas letras" como decia. Para eso acostumbraba a comprar todos los años el "Almanaque del Pensamiento". Con el sabía de las lunas en que era mejor plantar o mismo castrar los novillos para que no se arruine el corte. Le gustaba mucho la poesia gauchesca, especialmente de aquellas que hablaban del pago y de la nostalgia que el gaucho tiene cuando necesita abandonar la querencia onde nació.

 No había llegado todavia a los treinta años. Era fuerte y quemado por el sol como todo trabajador del campo. Un bigote era su marca, que le adornaba la cara dandole una fisionomia séria y un aire de hombre bravio. Su ropa de trabajo era simple como la de cualquier peón. Pero cuando se preparaba para alguna carrera, o mismo para un baile en el salón del "Tio Gucho", le gustaba lucir su mejor pilcha. Camisa cuadriculada, bien planchada, y el pañuelo rojo vistoso. Una bombacha negra era su preferida para acompañar unas botas del mismo color, lustradas con todo cuidado. Después de cara bien lavada y cabello peinado, no podía faltar un poquito de "Amor Gaucho" atrás de las orejas. El caballo inseparable era el rosillo bueno para cualquier lida de campo. Los arreos de fiesta eran los mejores que había en el momento en las tiendas. De la badana a los estribos era todo de buena calidad. Algunos hasta personalizados como el lombillo que tenía grabado en el cabezal las iniciales LS, que correspondía al nombre Leôncio Silveira, del cual se orgullaba mucho. (Continua)


Na gaveta estão alguns trabalhos, que aguardam coragem do autor e "melhores condições" para virem a público mas, enquanto isso não acontece, aproveito o espaço democrático do blog para divulgar alguma coisa do que está em compasso de espera. O conto acima faz parte de uma coletânea que intitulei "Contos da Fronteira Sul", numa edição bilíngue, com a versão para o espanhol de Luis María Farnos, um professor argentino com o qual fiz amizade na época em que morei em Arambaré.

Um comentário:

  1. maravilloso cuento espero verlo publicado en breve , para que tenga el debido reconcimiento público.
    un abrazo desde arambacity.
    Luis

    ResponderExcluir