quarta-feira, 20 de julho de 2011

E_L___C_A_P_A_T_A_Z___(II)

                                          

 El capataz se consideraba un hombre de pequeñas ambiciones. Lo que él exigia de la vida era muy poco. La verdad su unico sueño era apenas un pequeño pedazo de campo, que fuese suyo, donde pudiese tener unas reses para engordar y poder llevarlas a la feria que sucedía todos los meses en la "Mei`Água". Alla, seguido, él hiba admirar la belleza de los animales que desfilaban en la pista y eran disputados por los estancieros de la región. Mismo sin poder comprar ninguno de los ejemplares que eran ofrecidos por el pregonero, a él le gustaba estar en el medio de aquellos que iban a hacer grandes negócios. Tenía buen entendimiento de lo que era un bicho de valor y sabia diferenciar un novillo al punto de una vaca vieja que sólo serviría para frigorífico. Muchos fines de semana él se dispuso a pasar el día a empanada y vino solamente para poder disfrutar un poco de aquel ambiente que lo hacía sentirse tan importante como si fuese también propietário de grandes extensiones de tierra y grandes rebaños de vacas y ovejas.

 Después de descansar un poco más en la tarde somnolienta, Leôncio, atendiendo a los apelos del estómago, dejó la cama y procuró en el pequeño armario que servía de despensa un plato hondo, un tenedor y una cuchara y se sirvió la mitad de una calabaza que había sobrado del dia anterior, añadiendo la leche que estaba en una lechera de alumínio, ya medio retorcida por el uso. Mientras se alimentaba, el capataz pensaba en el tiempo en que era jovencito y le ayudaba a su padre en las lides camperas desarrolladaas en la pequeña finca donde nació y donde se crió junto con dos hermanos y  dos hermanas. Todos ellos, hoy, vagueaban por ese mundo sin dar notícias despues que se dispersaron cuando el banco había tomado cuenta de lo poco que restaba de la propiedad del viejo.

 Como de costumbre, el sueño llegó temprano y el capataz durmió soñando con su estancia alambrada con cercas de ocho líneas, con varios azudes y potreros donde haya espacio para el ganado de casa y el que sería destinado a las ferias. El rebaño de ovejas producía mucho a cada safre y se multiplicaba a punto de duplicarse a cada año. Los caballos criollos estaban a disposición de quién los necesitase ya sea para el trabajo o para lazer. El própio patrón lo visitaba y admiraba el plantel seleccionado de su campo.

 La noche, ahora, envolvía a todos en su quietud de campiña y la misma luna que se reflejaba en el agua turbia del azude invadia libremente, por la ventana abierta, el cuarto donde el capataz dormia. Hasta los grillos ya habian cesado su sinfonia. A lo lejos, una lechuza emitia su pío de mal agüero. Las vacas de tambo rumiaban próximo al corral y se oía, de vez en cuando, el mugido lamentoso de un ternero encerrado en busca de la madre.

 Bien temprano, cuando el sol mal empezaba apuntar sus primero rayos, el capataz se levantó y colocó la pava al fuego y agarró el mate, la bombilla y el termo comprado en el Uruguay, junto con los petrechos de fumar y se sentó en un cepo en frente a la casa principal, para esperar el patrón que, como era de costumbre, deberia llegar en aquella mañana, como hacía todos los sabados.

 Esta vez traía una novedad. La primera a bajar del cochazo último modelo, que estacionó frente a la casa, fue una figura que dejó el capataz impresionado. La mujer que venía con el patrón era, hasta aquel momento, la más bella representante femenina que él ya había visto. Ella parecía una adolescente cuando recién descubre que su belleza llama la atención de los hombres. El pantalón de jean ajustado delineaba las piernas perfectas y la camisa de lino blanco bordada con flores levemente azules acentuaban los senos bien equilibrados con el resto del cuerpo. Los cabellos, de un negro brillante, y los ojos verdes y grandes completaban la pintura enmoldada, al fondo, por la loma que se veia a lo lejos. Aquella figura contrasta con el perfil del patrón, un sesentón de barriga prominente y piel rojiza por el uso frecuente del alcohol. Las ropas finas de calidad, hechas sobre encomienda, quieren recompensar la silueta desproporcional.

  Leôncio se aproxima, todavía impresionado por aquella visión matutina que no esperaba, y se dirige primeramente al patrón:

 - !Buen día, patrón! ?Hizo un buen viaje?; y lo saluda ya con el sombrero en la mano.

 - Si no fuesen los pozos y las piedras..., se lamentó el patrón. Pobre de mi cochecito con esas carreteras que están cada vez peores. - Y agregó - Leôncio, esta es Alice, mi nueva esposa. A partir de ahora es ella que va a manejar esta casa. Luego avisa al resto del personal. Y dandose vuelta hasta la jóven, dice: - Alice, este es Leôncio, mi capataz. Él es responsable por todo lo que pasa aquí en mis tierras.

 Él se vuelve, entonces, para la recién llegada y estiende la mano con respeto, casi temeroso, pero sin conseguir despegar los ojos del bello rostro en su frente:

 - Leôncio. Dijo medio avergonzado. - Disponga siempre para lo que necesite señora. Y sintió en su mano rústica, la delicadeza de aquellos dedos suaves y perfumados.

 El capataz experimenta, entonces una sensación que hasta ese momento desconocía y que no sabe explicar. Después, en la soledad de su cuarto va a intentar entender. Ninguna de las muchas "chinitas" que conociera, por más simpática o linda que fuese, le habían hecho sentirse como ahora. Hay, en su corazón, una mezcla de encanto y admiración por la mujer que está en frente a el. Se aleja un poco, todavia desconfiado de lo que siente y mal escucha que el patrón ya está dándole ordenes que necesita cumplir de inmediato.

 - Leôncio, encilla el "gringo" y la yegua baya para la patrona que ella quiere conocer el campo. Tu también vas junto para explicar mejor las cosas de aqui del interior.

 - Si patrón, ahorita mismo. - Y se dirigió hacia el galpón en busca de los frenos para traer los animales.

 El "gringo" es el caballo preferido del patrón. Es un criollo colorado bello y obediente, que recibe cuidados especiales del capataz a pedido del dueño de la estancia. El animal tiene que ser cepillado todos los días, no debe quedarse afuera y no puede ser montado a no ser por el patrón. En el potrero no tiene dificultad en traerlos para el galpón donde irá a encillarlos.

 Mientras providenciaba el preparo de los animales, el capataz va pensando que todos esos cuidados no son adecuados para hacerlos con un caballo de campo, pues acaba dejándolo lleno de mañas que vuelven el animal inutil para el servicio. Eso todo sirve apenas para exhibicionismo del patrón con la nueva esposa. (continua)

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